Al igual que la música necesita de silencios para poder crearse, que la respiración necesita del espacio entre la inspiración y la expulsión, que el ritmo cardiaco necesita del espacio entre la contracción y la expansión… Así, nosotros necesitamos el lugar vacío, el vacío fértil, el espacio donde se puede crear lo demás, entre acción y acción.
Una vez más, la paradoja nos enseña cómo vivir. Nos instruye. Nos hace comprender cómo, para la acción certera, para la eficacia, para la comprensión, hace falta vacío, hace falta silencio, hacen falta los márgenes no completados de la agenda.
La saturación de estímulos, de acción, de actividades programadas, de contacto con ideas, con personas, con diálogos, internos y externos, se saltan la naturaleza propia de las funciones y conducen al estrés y al automatismo, a la falta de vida creativa, a la falta de deseo, al malestar sordo.
Existen más conexiones neuronales en los momentos de silencio, que en los momentos de pensamiento.
No en vano todas las tradiciones desarrolladas por los seres humanos, han contemplado en sus prácticas el silencio, el centramiento, la focalización de la atención en un solo objeto, etc. Se han encargado de crear las prácticas que generan la cuña en la acción. No existe equilibrio, sin la práctica del no hacer.
Habitualmente cuando hablamos de educación, hablamos de materiales, de recursos, de acciones posibles, de estímulos. Y toda esa reflexión es interesante y necesaria. Aunque hemos de darnos cuenta de que está coja, si no la completamos con la pata de la no acción. En nuestro contexto occidental, el exceso está saturando el flujo creativo.
Nos hemos vuelto tan adictos al consumo de estímulos, de acciones, de personas,… que nos lo estamos poniendo muy difícil para poder disfrutar, para poder aprender, para poder integrar.
Es como si nos hubiésemos convencido que el proceso de comer sólo está hecho del paso de ingerir. Estamos reflexionando en qué comemos. Cosa necesaria, interesante.
Pero también tenemos que recordar la digestión. El procesamiento de lo que comemos. El tiempo necesario para separar lo que se aprovecha y lo que se desecha. Las dosis. La complexión de cada quién. Y el ritmo propio.
Así como está a la orden del día re-aprender el ayuno intermitente (factor de salud indispensable que está siendo puesto en valor con ahínco desde las prácticas más actuales de regeneración de la salud), así es necesario des-atar el tiempo, des-anudar la acción.
Hemos de hablar de materiales. También de materiales no estructurados. Pero también, es necesario hablar de días no estructurados. De crear las cuñas propias del vacío. El espacio imprescindible entre la inpiración y la expansión de toda acción.
Asomarnos al no control del tiempo, al dejarse hacer por lo que sucede. A exponerse a lo que trae el momento. También.
Incluir en nuestra mirada el tiempo de no hacer, de repetir lo mismo, de “perder el tiempo”.
Desconectarse de los datos una hora al día, caminar sin reloj, tirarse a mirar el cielo (o el techo), quedarse escuchando una canción, no saber qué hacer y mecerse en esa sensación sin temor al no hacer…
Especialmente el tiempo de nuestras criaturas más pequeñas está súper saturado. No sólo necesitamos descansar. También necesitamos “no hacer”, que no es lo mismo, aunque parezca igual.
La productividad, lo que produce, ha calado tanto nuestra vida, que si no prestamos atención estamos traduciendo todo en producto. Adictos a la ilusoria sensación de control, creemos, llenándolo todo, poder hacer un resultado mejor.
¡Warning!, warning … quizás el producto sea mejor… pero seguro que el
resultado no.
Al igual que no existe música sin silencio. No existen conexiones sin vacío.
Paradógicamente, más no es más… si no tiene menos.
La estructura que se crea fuera con nuestros intereses, con nuestros deseos, siempre parte de un vacío. Y si no se tiene, hay que crearlo. Amar los márgenes de la agenda, del currículo, de la semana, para asomarse al acantilado del vacío, que reordenada el siguiente latido.
Escucha lo que hace el silencio antes del próximo sonido.
Y sobre todo, no interrumpas a otro ser, por muy pequeño que sea, cuando está no haciendo nada. Controla tu impulso consumista de llenarlo, aunque sea con material no estructurado. Presencia, instrucción en la no acción. Digestión invisible. Ayuno evidente… y luego… oh magia… ganas.
“El que no está dispuesto a perderlo todo, no está preparado para ganar nada”, Facundo Cabral.