En una cultura que sólo aprecia un tipo de inteligencia, es dificil encajar algunos de los momentos que la maternidad plantea.
Me encuentro cada día con mujeres que hablan de que ya no son lo que eran, o que han perdido su capacidad. Desde mi silla, y conociendo muy bien el proceso hormonal de la exterogestación, es evidente de lo que hablan. Cuando una mujer está embarazada o amamantando a su bebé ( al igual que cuando una mujer está en la fase premenstrual), el estado hormonal que se ha configurado afecta a su transcripción de la realidad. No es mejor, al igual que no es peor. Su estructuración o su sinapsis cerebral sigue una ruta adaptada a la fase en la que se encuentra. En el caso de una mujer que está amamantando, o incluso, que está criando a un bebé muy pequeño, aunque no le de teta, lo que sucede es que su cuerpo, su mente y su energética reserva un primer plano para asegurar la vida. Vive en un estado sordo de alerta, sus sentidos estan agudizados, su metabolización de la realidad está activa para preservar que la vida en la que tanto ha invertido, continúe su curso.
Especialmente si su cuerpo está lleno de prolactina se verá inmersa en un estado de conciencia podríamos decir que alterado. La prolactina es una hormona asociada a la producción de la leche materna, (aunque no es exclusiva de este momento ni de esta condición, también existe en el cuerpo masculino y en el femenino aunque no se esté amamantando). Durante el tiempo de exterogestación se encarga de producir leche, de dar un toque de maduración a los pulmones en el momento del parto, de preservar a la mujer del ciclo reproductivo demasiado temprano para llevar a buen termino al bebé, pero además se encarga de otros aspectos.
Tiene una faceta doble, apasionante. Por un lado, es la que hace que la persona con alta prolactina pueda someterse, por así decirlo, a los deseos/ la demanda incesante de un bebé y que pueda estar a la altura de esa exigencia. Es decir, es la que configura las atenciones, los cuidados, el estado de vigilia sostenido más allá de las horas de sueño, el filtrado de los posibles peligros y la creación de infinitos objetos y sistemas de protección y seguridad. Es la que se encarga de la producción de los “mimos” (agentes de protección de la seguridad física y neuronal en el crecimiento). Es una de las sustancias que elabora los cuidados y la vinculación.
Y curiosamente, paralela a esta capacidad, es la hormona responsable de la capacidad de defensa agresiva. Cualquiera sabemos que si metiésemos la mano en la madriguera de una loba que acaba de parir a sus cachorros correríamos el riesgo de perderla… La madre defendería con toda su fuerza y agresividad la VIDA de sus pequeños.
De igual manera, cuando los humanos, seamos hombre o mujer, estamos inundados de prolactina, nuestra respuesta no dudará en tornarse agresiva si la situación así lo requiere. Hay que saber que el territorio principal para un cachorro humano, la primera madriguera por así decirlo, es el cuerpo de un ser de su clan, con prioridad el de su madre al principio.
Para asegurar la vida, para protegerla, los cuerpos que están en contacto con los cuerpo de criaturas en formación, de la vulnerabilidad en todas sus formas, especialmente la de los bebés, nos va a colocar en este doble juego, en este bombón relleno de dulzura y de defensa, llegado el caso.
Cuando en nuestro discurso consciente no hemos interiorizado que estas “labores”, este estado de consciencia, es importante para preservar la vida, no lo ponemos en valor. No nos dejamos impactar por su capacidad y lo traducimos como una acción menor o errática.
Primero, la supervivencia. Primero, las condiciones para la vida. Cuando muchas mujeres sienten que no tienen acceso a lugares de su neocortex que antes tenían, se asustan. Se viven en carencia, en lo que eran que ya no son. Ojalá que pudiesen saber que ese estado, lejos de tener que ver con la estupidez o la falta de inteligencia, está encargándose de proteger la vida y que, aunque ni ellas ni el contexto cultural que las rodea, lo ponen en valor, lo que hacen ha sido, y es, fundamental para la vida de cualquier contexto humano. Una sociedad carente de prolactina, corre el riesgo de no proteger lo mismo que hace posible su existencia. El mimo por la vida, al igual que la defensa ante lo que la pone en peligro, ha de estar reconocido y puesto, de nuevo, en valor.
Aunque nadie te lo diga, lo que haces es un gran servicio a la humanidad. Seas un hombre, y especialmente seas una mujer sosteniendo la exterogestación, lo que haces no se llama falta de inteligencia. Lo que haces se llama crear entramado para la vida. Y, aunque temporalmente tu cerebro explore otras rutas, lo que hace es importante no solo para ti, y para tu criatura, sino para toda una sociedad. Volverás a tus antigüas rutas intelectuales tan puestas en valor. Pero ojalá que al volver, no digas sólo he vuelto, sino que puedas experimentar, he creado otra, he vuelto a ser una yo mejorada por esta experiencia… donde la sabiduría llega de otro lado.
Gracias por hacernos más listos a todos cuando te volviste “tonta”.