A menudo, cuando voy a hablar con un grupo de gente sobre algún tema que tiene que ver con mi trabajo, siembro en el aire esta metáfora: el mapa no es el territorio.
Particularmente para mí ha sido, (y es), muy clarificador tener la diferencia bien clarita.
Los mapas son lugares de gran información. Tienen contenido muy útil sobre algo. Si tomamos el mapa de una ciudad, podemos tener acceso a un montón de información sobre ese lugar. Máxime con los mapas digitales actuales. Si queremos ir desde la catedral principal al ayuntamiento, por ejemplo, obtendremos muchísima información. El tiempo estimado si vamos a pie, en coche, en autobús, en transporte de plataformas compartidas.
Además nos dirá todos los establecimientos que encontramos en cada ruta.
Si por ejemplo está la farmacia “Pedro Álvarez” en nuestra trayectoria, y pinchamos en su enlace, tendremos acceso en un segundo a la historia de la farmacia desde su apertura en 1845, la galería de productos, el modo de contacto, promociones, horario de apertura, asistencia online o telefónica, … y un largo etcétera.
De la misma manera, podremos cubrir la distancia que nos proponemos teniendo acceso a un casi sinfín de detalles de cada establecimiento por el que pasamos, de la historia de las calles que transitamos, del tiempo estimado de desplazamiento, etc.
Es decir, hemos construído mapas super-exquisitos. Llenos de información que se actualiza rapidísimo. Y con la que accedemos a una sensación de control inmediata.
Pero, bien distinto es, que yo, por ejemplo, inicie el recorrido un día como hoy a esta hora.
La experiencia de mi cuerpo en el espacio nunca, repito, nunca podrá ser adelantada en un mapa. La experiencia está llena de detalles impredecibles. Es siempre única. Es siempre cambiante.
Quizás la farmacia está cerrada hoy por una muerte repentina, hay un charco en el que meto el pie y me hace ir coja (salirme de la estimación de tiempo) y mojada el resto del camino, hay un espectáculo de trompeta que me entretiene, accedo a un recuerdo de mi juventud en una calle o me encuentro con un gorro tirado en la calle y empiezo a fantasear sobre la persona que lo llevaba puesto.
En fin, sería infinito y más desarrollar todas las posibilidades. De cada uno. De cada vez. Incluso de la misma persona, en diferentes días, en diferentes momentos de la vida u franja horaria del mismo día.
Las emociones, las sinapsis cerebrales, los olores, los recuerdos, los pensamientos, lo que atraemos, lo que nos pasa desapercibido, los imprevistos, los cambios repentinos de ritmo o de plan, tiene, como los seres humanos, vocación de auténticos e impredecibles.
Es por eso que nunca, NUNCA, el mapa es el territorio.
Cuando en nuestro intento de comprender o de profundizar en algo construímos mapas, hemos de estar bien conscientes de esta diferencia. Porque, y es muy habitual, muchas veces sacrificamos el territorio en función del mapa. Empezamos a decir frente a la puerta de la farmacia mirando perplejos nuestra app…tendría que estar abierta, aquí pone que está abierta, no puede ser…
Quizás el ejemplo parezca tonto. Pero lo hacemos con muchos de nuestros aprendizajes. Especialmente cuando hablamos de educación, de las personas, de las derivas, de las vidas.
Estamos traspasando la línea. Estamos olvidando poner en valor el territorio. El mapa, SIEMPRE, ha de estar al servicio del territorio. Ser una guía, una aproximación, una invitación, incluso una fuente de inspiración, y de deseo.
Pero para viajar por el territorio, nos hace falta presencia, cuerpo, experiencia… donde todo se hace plástico, creativo, fuera de las normas, impredecible.
No tenemos que hacer encajar el territorio en un mapa establecido.
Son dos funciones diferentes.
Existen en dos campos distintos.
Y al mapa, le toca estar al servicio del territorio, de la experiencia. Y nunca, al revés.
Tengo un amigo que dice que conoce todo Buenos Aires porque ha visto muchos documentales.
Dice que sabe donde se comería un helado, las calles principales, la música que hay, la historia…
Dice, para que voy a ir…si ya lo conozco.
Eso, hacen los mapas. O mejor dicho, eso es lo que hacemos con los mapas. Paralizamos la experiencia. La fijamos. La damos por supuesta. Y corremos el riesgo de no dejarnos impactar por la experiencia.
La verdad es que mi amigo no tiene una experiencia de Buenos Aires. Nunca ha ido. No sabe cómo le sienta, si le gusta el helado, cómo huele, …no sabe nada. Aunque pueda conocer todo.
Los mapas son fascinantes. Y nos aportan muchísima información.
Pero la experiencia es nuestro territorio. Y ha de estar puesto en valor. Tenido en cuenta. Hemos de poder dejarnos impactar por él. Nunca el territorio ha de estar secuestrado por el mapa.
Y me atrevo a decir, que ni al revés.
Cada uno cumple una función. Han de colaborar. No robarse funciones.
Cuando los mapas son mentales, son paquetes de ideas, son codificaciones del pensamiento, sucede lo mismo. Ojalá que nuestras ideas sobre la vida, no nos hagan estar fuera de ella. Ojalá que las ideas sobre lo que somos, no nos hagan secuestrar y restar valor o fijar nuestra experiencia.
Los mapas recogen la experiencia. El territorio, la da.